No ha cumplido seis meses y es, con razón, uno de los restaurantes con una de las propuestas culinarias más sólidas —todo se antoja y todo cumple cabalmente al llegar a la mesa— y por lo mismo mejor recibidas, entre el público de la Ciudad de México.
El restaurante Ometusco abrió sus puertas en octubre de 2021, en el mismo local en el que durante muchos años estuvo Lampuga, que no sobrevivió a la pandemia.
Ometusco demostró en apenas unos días ser un digno recién llegado, que expresa una nueva forma de entender la restaurantería tras el Covid: autenticidad, dinamismo y equilibrio. En corto, comer rico, pasarla bien y pagar lo justo. Desde la remodelación del espacio, que ha dado un aire contemporáneo y sofisticado pero sin excesos ni pretensiones, se nota interés y seriedad. El profesionalismo y entusiasmo del personal de sala estimula al visitante desde su llegada y, finalmente, la joya de la corona: los alimentos. Desde la carta se percibe el claro enfoque en complacer al comensal. Suficientemente diversa y nítida la oferta de alimentos, uno duda en qué elegir o por dónde empezar, porque todo se antoja. La redacción de los platos es franca y precisa, permite imaginarlos y sugiere pedirlos. Y al llegar el emplatado, acentúa el deseo.