Innovación Digital
Baterías nucleares que impulsan la exploración espacial
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Fotografía cortesía de ⓒU.S. Department of Energy.
Desde hace décadas, la ciencia ha recurrido a una fuente de energía sorprendente y duradera: los generadores termoeléctricos de radioisótopos.

El espacio exterior es un entorno radicalmente distinto al de la Tierra: vacío, impredecible y expuesto a condiciones extremas como radiación intensa, llamaradas solares y temperaturas que pueden superar los 100 grados por encima o por debajo de cero. En este contexto hostil, las misiones espaciales necesitan sistemas energéticos confiables, capaces de operar sin interrupciones durante largos periodos y en regiones donde la luz solar no llega o es insuficiente.

Para resolver este desafío, se utilizan generadores termoeléctricos de radioisótopos (RTG), cuyo funcionamiento se basa en la desintegración radioactiva de elementos como el plutonio-238, un material inestable que emite partículas alfa que generan calor al interactuar con su entorno. Este calor se convierte en electricidad mediante generadores termoeléctricos y termocuplas, que aprovechan la diferencia de temperatura entre el calor generado por el plutonio y el frío extremo del espacio exterior.

Este proceso, conocido como “efecto Seebeck”, permite mantener operativos los sistemas de navegación, comunicación y medición científica incluso en las zonas más remotas del sistema solar, sin depender de fuentes externas de energía.

Los generadores termoeléctricos de radioisótopos permiten que una nave funcione durante décadas, a millones de kilómetros de casa.

Los RTG comenzaron a utilizarse en la década de 1960 y desde entonces han sido parte fundamental de muchas misiones espaciales. Los ejemplos más conocidos son las sondas Voyager 1 y Voyager 2, lanzadas en 1977 para explorar el sistema solar exterior y que aún hoy, casi medio siglo después, siguen enviando datos a la Tierra desde el espacio interestelar. Más recientemente, misiones como Curiosity y Perseverance en Marte, así como la nave New Horizons que visitó Plutón en 2015, también han utilizado esta tecnología.

La cantidad de generadores termoeléctricos de radioisótopos (RTG) y la potencia que proporcionan varía según la misión. En algunos casos, como las sondas Voyager, se utilizaron tres RTG que, en conjunto, generaban cerca de 470 watts al momento del lanzamiento. Otras misiones, como Curiosity, Perseverance o New Horizons, operan con un solo generador, capaz de producir entre 110 y 240 watts iniciales, suficientes para mantener sus sistemas científicos y de comunicación en funcionamiento durante años.

En tiempos de innovación acelerada, resulta significativo que una tecnología desarrollada hace más de medio siglo siga siendo indispensable en la frontera de la ciencia. Pero su vigencia no responde a la nostalgia ni a la historia, sino a una razón concreta: sigue siendo la opción más confiable para generar energía en las condiciones más extremas del espacio.

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Fotografía cortesía de ⓒU.S. Department of Energy.

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